La estrella del sendero

La primera nevada del invierno había cubierto los senderos de la sierra con un manto blanco y silencioso. Para la mayoría de la gente, eso significaba guardar la bicicleta hasta la primavera. Pero para Lucas, la Navidad siempre había sido el momento perfecto para pedalear y pensar.

Lucas era un apasionado del ciclismo de montaña. Cada sendero lo conocía como la palma de su mano: las raíces traicioneras, las curvas cerradas y las subidas que quemaban las piernas. Ese 24 de diciembre, decidió salir temprano, antes de que sonaran las campanas del pueblo, para recorrer su ruta favorita: El Camino del Pino Viejo.

El aire era frío y limpio, y cada respiración parecía despejarle el alma. Mientras avanzaba con cuidado sobre la nieve, recordó las Navidades pasadas, cuando salía a montar con su padre. Él fue quien le enseñó que el ciclismo no era solo fuerza o velocidad, sino respeto por la montaña y por uno mismo. Desde que su padre había fallecido, Lucas sentía que cada ruta era una conversación silenciosa con él.

Al llegar a la parte más alta del sendero, el cielo comenzó a teñirse de tonos rosados. Justo entonces, Lucas vio algo extraño entre los árboles: una pequeña luz brillando. Intrigado, se bajó de la bici y caminó hacia ella. Era una estrella de metal, vieja y oxidada, colgada de una rama, probablemente olvidada de alguna decoración antigua.

Lucas la tomó entre sus manos y sonrió. En ese instante, escuchó un ruido: una rueda patinando. Un ciclista había caído más abajo en el sendero. Sin pensarlo, Lucas bajó con cuidado y encontró a una mujer mayor con su bicicleta dañada y el tobillo dolorido. Ella había salido a montar para revivir viejos tiempos, pero la nieve la había traicionado.

Con paciencia y calma, Lucas la ayudó a levantarse, arregló lo justo de la bici y la acompañó de regreso al pueblo. Durante el camino, ella le contó que solía montar con su hijo, quien ahora vivía lejos, y que esa salida era su manera de sentirse cerca de él en Navidad.

Al llegar, la mujer le dio las gracias con un abrazo sincero. Lucas volvió a casa cuando ya caía la noche. Colgó la estrella de metal en el manillar de su bicicleta, como recuerdo del día. Al salir al balcón, vio cómo las luces del pueblo brillaban como senderos en la oscuridad.

Esa Navidad, Lucas entendió que el verdadero espíritu navideño no estaba en los regalos, sino en compartir el camino, ayudar cuando alguien se cae y seguir pedaleando, incluso cuando el sendero se cubre de nieve.

Y desde entonces, cada Navidad, la estrella lo acompaña en sus rutas, recordándole que siempre hay luz, incluso en el tramo más difícil.







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